Pero esta noche había sido diferente. Cuando miró a las cuatro esquinas puedo comprobar que su habitación, ya no era su habitación. El papel de pared era rosa bebé; sus cortinas habían sido cambiadas por finos visillos blancos; su escritorio lleno de montañas de libros y apuntes había desaparecido, dejando en su lugar un pequeño pupitre con un muñeco nenuco sentado en él; toda su estantería llena de libros estaba ahora ocupada por cuentos de Walt Disney, y perfectas Barbies vestidas con sus glamurosos vestidos.
Volver a ver la que era la habitación en la que estuvo jugando hace once años y medio, le iluminó la cara. Con un ágil salto se arrodilló en su suave alfombra de ositos y soltó una risita aguda propia de una niña pequeña.
-Loreto, ¿tienes miedo?
Miró asustada a la oscura silueta de su padre que se apoyaba cansada en el marco de la puerta.
-¿Miedo?¿Qué es eso?
-Déjame que te lo presente. Más vale que te quedes con su cara Loreto, porque va a estar jodiéndote de ahora en adelante. Miedo al fracaso. Miedo a lo qué dirán. Miedo a perder lo que tienes. Miedo a crecer. Miedo a conseguirlo. Miedo a saber poco de la vida. Miedo a tener razón.
Todo volvió a como estaba. Loreto ya no estaba en su mullidita alfombra de ositos, estaba en su fría cama de blancas sabanas ásperas; y todo había vuelto a como estaba en un principio.
Suspiró con cansancio retirándose el pelo de la cara.
-¿Otra mala pasada de tu amigo?
